Opinión

El arma nunca es la respuesta

    El reciente episodio en el que un vecino utilizó una pistola de balines contra otro, más allá de los conflictos previos, nos obliga a reflexionar sobre un tema de fondo: el uso indebido de armas de fuego, incluso aquellas consideradas “no letales”. La posesión y utilización de un arma, cualquiera sea su calibre, transforma un conflicto vecinal en un hecho de violencia con consecuencias físicas y emocionales. El argumento del cansancio frente a disturbios o robos no puede justificar la decisión de empuñar un arma. Porque en ese instante se rompe el pacto básico de convivencia: la confianza en que los problemas se resuelven con diálogo, mediación o intervención institucional, nunca con disparos.

 

    El arma introduce un factor de riesgo que escapa al control del ciudadano común. Una bala de goma, un balín o un proyectil de aire comprimido pueden causar lesiones graves, y lo que comienza como una reacción “defensiva” termina siendo un acto de agresión. Además, legitimar la violencia como respuesta abre la puerta a una peligrosa escalada: si un vecino dispara, ¿qué impide que otro responda del mismo modo?

 

La discusión no es solo legal, sino ética. El uso indebido de armas refleja una sociedad que naturaliza la violencia y olvida que la seguridad es responsabilidad del Estado y la convivencia, de todos. La frustración frente a la inseguridad es comprensible, pero nunca debe derivar en justicia por mano propia.

En definitiva, el arma no resuelve el problema: lo multiplica. La verdadera salida está en fortalecer los lazos comunitarios, exigir políticas de seguridad efectivas y recuperar la confianza en que la paz se construye con respeto y diálogo, no con disparos.

 

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Cuando la noche se convierte en campo de batalla.

        Las imágenes de adolescentes, -entiéndase como juventud que todavía necesita guía más allá de la edad, esta vez mujeres- enfrentándose a golpes a la salida de un boliche no son nuevas, pero sí cada vez más frecuentes. Aquello que debería ser un espacio de diversión y encuentro se transforma en escenario de agresiones que, lejos de ser simples “peleas juveniles”, revelan una cultura de violencia que atraviesa generaciones.

 

        Estas escenas, nos podrían traer a la memoria el caso del crimen de Fernando Báez Sosa, porque se repiten patrones:

  • La fuerza del grupo que legitima la agresión.

  • La pérdida de empatía hacia la víctima, convertida en “enemiga” por motivos banales.

  • La indiferencia del entorno, que muchas veces filma o difunde en redes en lugar de intervenir.

 

        El caso Báez Sosa, ocurrido en Villa Gesell en enero de 2020, mostró el extremo más brutal de esta dinámica: un joven asesinado por un grupo de rugbiers a la salida de un boliche. La sociedad entera se conmovió, pero la pregunta sigue vigente: ¿hemos aprendido algo?

 

        Violencia femenina: un espejo incómodo

 

        Que las protagonistas de estas peleas sean mujeres obliga a revisar prejuicios. La violencia no es patrimonio masculino; también puede expresarse en adolescentes que reproducen modelos de agresión vistos en su entorno. El género no cambia la raíz del problema: una cultura que celebra la fuerza, la humillación del otro y la viralización del conflicto.

 

        ¿Qué esperamos para proteger a nuestra juventud?

 

        La violencia adolescente en espacios nocturnos es un síntoma de:

  • Falta de contención comunitaria y familiar.

  • Ausencia de educación emocional en las escuelas.

  • Un modelo cultural que premia la confrontación y la exposición pública.

 

        El caso Báez Sosa debería ser un recordatorio permanente de que la violencia grupal puede terminar en tragedia. No importa si son varones o mujeres: cuando el golpe reemplaza a la palabra, la sociedad entera fracasa. La salida de un boliche no puede ser el inicio de una pesadilla. Quienes deberían hacerce cargo de la realidad miran para otro lado o señalan a otros, cuando urge que familias, funcionarios, instituciones educativas, medios y espacios recreativos trabajen juntos para desnaturalizar la violencia y recuperar el sentido de la noche como celebración. Sin dejar de lado la sanción para quienes deben garantizar el bienestar de ciudadanos dentro o fuera de un bailable. Recordar a Fernando Báez Sosa es también recordar que cada pelea puede ser el inicio de una tragedia evitable.

Opinión - Sociedad

Paralelas.com.ar

Por Nanci Macinsky

 

¿CÓMO NO PEDIR COHERENCIA?

Opinión / Panorama Político – Paralelas.com.ar
Por Nanci Macinsky

 

    En cada elección los argentinos volvemos a tropezar con la misma piedra: la falta de coherencia política. Señalamos con indignación los casos de corrupción en el kirchnerismo, los analizamos, los denunciamos, los repetimos como un mantra que se volvió parte del paisaje político nacional. Pero, al mismo tiempo, cuando en La Libertad Avanza se multiplican los indicios de desmanejos, conflictos de intereses, nombramientos familiares, contrataciones irregulares y comportamientos poco éticos, el electorado no responde con castigo en las urnas. Todo lo contrario: los premia.

    Y ahí surge la pregunta inevitable: ¿qué queremos como sociedad?
    ¿Queremos realmente transparencia, justicia, instituciones fuertes y dirigentes honestos? ¿O simplemente buscamos reafirmar nuestras propias emociones, votar desde el enojo, el resentimiento o el rechazo a “los otros”?

    La política argentina parece haberse transformado en un campo de batalla emocional, donde las ideas y los proyectos han sido desplazados por la furia y la revancha. En ese clima, la coherencia se vuelve un bien escaso, y la crítica deja de ser un ejercicio de pensamiento para convertirse en una herramienta de ataque selectivo.

    No se puede condenar la corrupción de unos y justificar la de otros solo porque pertenecen al espacio político que “me gusta” o que “no son los kirchneristas”.
    La corrupción no tiene color partidario: destruye la confianza pública, corroe la democracia y profundiza la desigualdad.

    Mientras tanto, los verdaderos problemas —la pobreza estructural, la falta de empleo, la inseguridad, la pérdida del poder adquisitivo, la degradación educativa— siguen esperando respuestas concretas, más allá de los eslóganes y los discursos grandilocuentes.

 

¿Cuál es, entonces, el rumbo que deseamos tomar como país?


    Si seguimos votando con el corazón lleno de odio y la cabeza vacía de reflexión, el resultado será siempre el mismo: gobiernos débiles, instituciones desgastadas y una ciudadanía cada vez más frustrada.

    Es hora de exigir coherencia, ética y responsabilidad a todos los dirigentes, sin importar su bandera. Solo así podremos empezar a construir una Argentina más jjusta, más racional y, sobre todo, más honesta con su propia historia.

Problemas actuales vs. problemas pasados

¿Las problemáticas actuales se condicen con las del pasado? ¿Cambiaron en demasía? ¿Aumentaron? ¿Existen nuevos problemas sociales? ¿Cambió la sociedad? ¿Cuál es el problema? ¿Cómo enfrentarlas? 

 “Tenemos tecnología, pero no memoria.
Nuestra época: hiperconectada, está desconectada de lo esencial"

            Son muchísimas las preguntas que surgen en derredor de la sociedad actual y sus problemáticas: violencia de género, inseguridad y delitos urbanos, pobreza y desempleo, adicciones y salud mental, contaminación y cambio climático, discriminación y exclusión, falta de acceso a tecnología, corrupción y desconfianza institucional, migraciones forzadas, precarización laboral.

    Más, en relación a la enumeración realizada, en principio -muy a la ligera- podríamos argumentar que fueron cambiando y a su vez en aumento, pero si observamos más profundamente y con responsabilidad podemos ver que son las mismas cuestiones que enfrentaban nuestros abuelos y abuelas.

            En el Siglo XX, las problemáticas sociales claves eran: Guerras y conflictos ideológicos, pasaron por dos guerras mundiales, Guerra Fría, dictaduras militares, y luchas por independencia; desigualdad de género, las mujeres conquistaron derechos civiles, laborales y políticos, pero enfrentaron fuertes resistencias; racismo y segregación: movimientos por los derechos civiles en EE.UU., apartheid en Sudáfrica, y discriminación estructural en muchos países; industrialización y urbanización, migraciones internas, crecimiento de ciudades, y aparición de villas miseria; cultura de masas y medios, expansión de la televisión, radio y cine como formadores de opinión y consumo; educación y alfabetización, campañas masivas para reducir el analfabetismo, especialmente en América Latina; movimientos sociales, sindicalismo, feminismo, ecologismo incipiente, y luchas estudiantiles.

            Actualmente, crisis ambiental y cambio climático, sequías, incendios, contaminación y pérdida de biodiversidad; violencia de género y femicidios, persisten, pero ahora con mayor visibilidad y legislación; desigualdad digital: brecha en el acceso a tecnología y conectividad, especialmente en zonas rurales; migraciones y desplazamientos forzados: por guerras, pobreza o crisis climáticas; salud mental y adicciones, aumento de trastornos, especialmente en jóvenes, y falta de acceso a atención adecuada; corrupción y desconfianza institucional, crisis de representación política y judicial; diversidad y derechos LGBTIQ+: avances legales, pero con retrocesos y violencia en algunos contextos; desempleo y precarización laboral, nuevas formas de trabajo informal, y falta de estabilidad.

            Podemos ver en comparación, que mientras el siglo XX estuvo marcado por grandes ideologías y transformaciones estructurales, el siglo XXI enfrenta desafíos más globales, interconectados y por ello en apariencia más complejos. Más se entrelazan problemáticas del pasado con el presente, podemos visualizar que la tecnología, el medio ambiente y los derechos humanos se enlazan con las viejas luchas por equidad y justicia.

            La cuestión es que no avanzamos lo suficiente respecto a nuestro antepasado y, la pregunta es ¿podremos dejar un legado claro para lograr la solución necesaria y en consecuencia el progreso? El problema no es lo que tenemos enfrente sino nosotros mismos, “tenemos tecnología, pero no memoria”, nuestra época: hiperconectada, está desconectada de lo esencial.

 

LAGUNA PAIVA ENTRE SOMBRAS:

ANÁLISIS DE UNA VIOLENCIA QUE INTERPELA

  

En los últimos meses, Laguna Paiva ha sido escenario de hechos delictivos que estremecen a la comunidad. Robos reiterados, vandalismo urbano, y más recientemente, el asesinato de Damián Strada, cuyo cuerpo fue hallado calcinado en un campo a la vera de la ruta provincial N°22, configuran un panorama que exige más que indignación: demanda comprensión, acción y memoria.

    La violencia no es solo un dato policial. Es un síntoma. Un reflejo de fracturas sociales, de vínculos rotos, de silencios institucionales. Cuando el delito se vuelve cotidiano, la ciudad pierde algo más que seguridad: pierde confianza, pierde comunidad.

    Pero hay una dimensión que merece especial atención: la forma en que nombramos los hechos. En el caso de Strada, se ha insinuado una relación sentimental entre víctima y victimarios. Y aquí surge una advertencia necesaria: no todo crimen vinculado a relaciones afectivas es un “crimen pasional”.

¿Qué implica decir “crimen pasional”?

    La expresión, tan instalada en el imaginario mediático, puede ser engañosa. Suele sugerir que el acto violento fue producto de un arrebato emocional, una pérdida momentánea de control. Pero esta narrativa puede minimizar la responsabilidad penal, desdibujar la premeditación y, peor aún, romantizar la violencia.

    En muchos casos, como el de Strada, hay indicios de planificación, complicidad y ocultamiento. Hablar de “pasión” en estos contextos no solo es impreciso: es peligroso. Invisibiliza el crimen como acto deliberado, y puede incluso entorpecer la búsqueda de justicia.

 Una comunidad que se piensa

    Laguna Paiva no es solo el lugar donde ocurrió un hecho trágico. Es también el lugar donde se puede construir una respuesta. Desde los medios, desde las escuelas, desde las radios como Radio Una, tenemos el deber de nombrar con precisión, reflexionar con profundidad, y acompañar con sensibilidad.

    Porque cada delito es también una pregunta: ¿qué estamos haciendo para que no se repita?

 

Paralelas, un mismo destino.

    Buscamos un nombre que nos pueda contener a todos y todas, a pesar de encontrarnos, quizás, en veredas encontradas, o por el contrario, en la posibilidad de compartir la exacta misma senda. 

 

    Más, en ambos casos, al compartir ideas, ideales, pensamientos o, al discernir, es decir, en la misma vereda o enfrentados, el resultado mancomunado será el mismo. Sí, el destino final será compartido.

 

    El camino de la comunidad donde vives es precisamente un camino con muchos recorridos, fáciles o no, a cada uno o una, nos toca en suerte o por decisión propia, tal o cual recorrido. Más, al final llegaremos juntos al mismo destino, porque todos y todas hacemos a esta comunidad. 

 

    Tal cual, las paralelas de las vías que nos da identidad como pueblo ferroviario, recorren el camino, aparentemente separadas una de otra, pero al llegar a destino, se encuentran en la misma estación, el exacto mismo sentido de dirección.

 

    Paralelas, un sentido compartido, el que podrás o no acompañar desde tu inferencia, más recuerda: vamos en el mismo tren, con diferentes lugares asignados, pero hacia el mismo destino. ¿Cómo nombrar entonces esta búsqueda constante, este devenir que nos une a pesar de las distancias aparentes? ¿Cómo darle un nombre a esta estación final, a este destino compartido que nos espera al final del recorrido?

 

    Quizás no se trate de un nombre único, sino de una melodía que resuene en el corazón de cada habitante. Una melodía que hable de la tierra que pisamos, del cielo que nos cobija, de los sueños que compartimos. Una melodía que celebre la diversidad de nuestras voces, la riqueza de nuestras diferencias, la fuerza de nuestra unión.

 

    O tal vez sí, se trate de un nombre que encapsule la esencia de esta comunidad. Un nombre que evoque la historia de nuestros antepasados, la lucha de nuestros padres, la esperanza de nuestros hijos. Un nombre que sea un faro en la noche, una guía en el camino, un símbolo de nuestra identidad.

 

    Sea cual sea el nombre, la melodía, el símbolo, lo importante es que nos represente a todos y todas. Que nos haga sentir orgullosos de pertenecer a esta comunidad. Que nos inspire a trabajar juntos por un futuro mejor.

 

    Porque al final, como las paralelas de las vías, nuestro destino está entrelazado. Y solo juntos, con nuestras diferencias y similitudes, podremos llegar a la estación final, a ese lugar donde la comunidad florece en todo su esplendor.

 

La importancia de las normas.

    Una sociedad que no respeta las normas se estanca en la anomia.La anomia es la antesala del caos, donde cada individuo se convierte en juez y parte, interpretando las leyes a su conveniencia. Sin un marco legal sólido y respetado, la convivencia se torna imposible, y la ley del más fuerte impera. La corrupción florece, la impunidad se extiende como una plaga, y la confianza en las instituciones se desmorona.

    Una sociedad así está condenada al fracaso, incapaz de progresar y garantizar el bienestar de sus ciudadanos. Es fundamental fortalecer el estado de derecho y promover una cultura de respeto a las normas para construir un futuro próspero y equitativo.La educación juega un papel crucial en este proceso. Fomentar desde la infancia el valor de la legalidad, el sentido de la responsabilidad cívica y el respeto por los derechos de los demás es esencial para construir una sociedad más justa y ordenada.

    Los ciudadanos deben comprender que las normas no son una imposición arbitraria, sino un pacto social que garantiza la libertad y la seguridad de todos. Un estado de derecho robusto no solo implica la existencia de leyes justas, sino también la capacidad y la voluntad de hacerlas cumplir de manera imparcial y efectiva. Esto requiere instituciones sólidas, transparentes y libres de corrupción, así como una ciudadanía activa y comprometida con la defensa de los valores democráticos.

    Solo así podremos evitar la deriva hacia la anomia y construir una sociedad donde la justicia y el bienestar sean una realidad para todos.